7th IMCWP, Contribution of Communist Party of Spain

10/18/05 12:45 PM
  • Spain, Communist Party of Spain 7th IMCWP En Europe Communist and workers' parties

Athens Meeting 18-20 November 2005, Contribution of CP of
Spain [Sp.]
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From: SolidNet, Tuesday, 29 November 2005
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International Meeting of Communist and Workers' Parties
"Current Trends In Capitalism: Economic, Social And
Political Impact. The Communists' Alternative"
Athens, 18-20 November, 2005

CONSTRUIR LA ALTERNATIVA COMUNISTA AL CAPITALISMO
GLOBALIZADO

El proceso de an�lisis de lo que acontece en el mundo en
los inicios del siglo XXI sin salir de la tradici�n
marxista necesita responder a la pregunta �qu� significa
haber pasado de la subsunci�n formal del trabajo en el
capital a la subsunci�n real en este nuevo gran proceso de
acumulaci�n capitalista que significa la globalizaci�n?

En nuestra opini�n puede responderse as�: significa un
nuevo modo y una extensi�n de la explotaci�n, tanto en lo
espacial como en lo temporal vitales.

En lo temporal, la apropiaci�n de la plusval�a excede del
tiempo de trabajo, para incidir en todo el tiempo vital
humano. Para ello, nuevas formas de conocimiento y
jerarquizaci�n de la comunicaci�n se han puesto en marcha,
realizando una verdadera "transformaci�n de todos los
valores", en donde el mercado y sus valedores dirigen y
condicionan el comportamiento humano. Conocimiento y
comunicaci�n son ejes prioritarios.

La revoluci�n tecnol�gica acompa�a y facilita la
desregulaci�n de los mercados, modificando radicalmente las
modalidades de control capitalistas y haciendo de la libre
circulaci�n especulativa de capitales el sost�n y la
caracter�stica m�s rese�able del nuevo capitalismo
globalizado. La clase obrera sufre un proceso acusado de
fragmentaci�n, con otros sectores econ�micos que emergen
alejados de esos sectores donde los trabajadores
tradicionalmente han ido obteniendo su aprendizaje pol�tico
y su toma de conciencia.

Surge as� un nuevo proletariado, unos trabajadores y
trabajadoras radicalmente diferentes en t�rminos de
habilidades y de conductas y sometidos a condiciones de
trabajo especialmente precarias en salarios, seguridad
social, estabilidad laboral y seguridad en el trabajo. Un
nuevo sujeto obrero, o como decidamos denominarlo, que,
aunque no ha dejado de ser explotado en la manera
tradicional, ha pasado a serlo de esta nueva forma: es el
obrero inmaterial. El sector servicios y el de la
comunicaci�n, -que fabrica ideolog�as al ofrecernos lo que
deber�amos desear, pensar y qui�n lo debe gestionar-, se
suma al obrero industrial como elemento de trabajo
apropiado por el capital. Unos nuevos sectores donde el
sindicalismo tradicional ha perdido capacidad de
movilizaci�n y de efectividad pol�tica y ha sido puesto a
la defensiva, pero que nos ofrece a la izquierda unos
nuevos retos y oportunidades pol�ticas a�n no sondeadas en
su totalidad.

En lo espacial, a la tan usada expresi�n de la "aldea
global" que unifica territorialmente sistema y modo de
producci�n dirigidos por esas nuevas formas de
comunicaci�n, se suma un nuevo concepto de espacio
din�mico, es decir, el que conforman los grupos humanos que
migran en b�squeda de su m�nimo vital y huyendo de
conflictos. Estos espacios coinciden directamente con la
circulaci�n de capital que expropia a los m�s pobres para
acrecentar la riqueza de los m�s ricos. Este factor no es
nuevo, sino que los espacios de migraci�n y los flujos son
m�s intensos y variados. No es coincidencia que los
espacios migratorios coincidan a su vez con los flujos de
capital, como tampoco lo es que ambos movimientos se
queden, a veces, como realidades virtuales para el
conocimiento colectivo.

Las esferas de dominaci�n se repiten desde las relaciones
de poder m�s cotidianas e inmediatas (como bien saben las
mujeres) hasta �mbitos m�s amplios, en una serie
secuenciada de modelos de dominio que se reiteran y se
contemplan como normales en virtud de los medios de
reproducci�n del sistema que impone la ideolog�a de la
clase dominante.

El t�rmino "biopol�tico", puesto en el tapete por el
postestructuralismo franc�s, en concreto por Foucault,
muestra una inequ�voca fecundidad para determinar los
patrones de explotaci�n en la sociedad postindustrial. Una
explotaci�n global bien patente cuando observamos la
profunda crisis ecol�gica planetaria que desmiente que el
mercado sea la soluci�n para vivir en el mejor de los
mundos posibles, justo cuando la ca�da del muro de Berl�n
dio pie al neoliberalismo para proclamar el fin de la
historia y la victoria del pensamiento �nico. El mercado es
precisamente el problema.

�Qu� marco pol�tico envuelve esta nueva (vieja) forma de
apropiaci�n?

En primer lugar, a�n existiendo un centro de dominio
militar (Estados Unidos), �ste ya no es econ�mico-pol�tico.
La desterritorializaci�n del dominio por su extensi�n por
todo el orbe deja hu�rfana a una concepci�n tradicional de
la lucha pol�tica y el aspecto internacionalista cobra una
especial relevancia. Adem�s, existe una despersonalizaci�n
real y virtual en la identificaci�n del poder efectivo,
aunque todos podemos referirnos a �l de manera m�s o menos
vaga, que impide concretar un golpe decisivo a su eje
vertebrador y hace que cada vez resulte m�s dif�cil decidir
d�nde y cu�ndo. Todo esto significa que donde se situaban
ejes visibles e inmanentes, ahora se sit�an entes que se
concept�an como trascendentes y, lo queramos o no,
inalcanzables e inviolables.

En segundo lugar, como consecuencia de lo primero, los
Estados-naci�n, s�lo necesarios como salvaguarda militar de
las operaciones del capital, ya libres de la necesidad de
legitimaci�n pol�tica por su trascendentalidad y sus
caracteres tecn�cratas, ven perdidas sus tradicionales
competencias y s�lo se ponen en marcha en sus tres planos
coercitivos: el judicial, contra la oposici�n real; la
militar, para el control de las fuentes de producci�n y la
econ�mica, que socializa las p�rdidas y privatiza los
beneficios. Esta crisis del Estado-naci�n no va separada de
la crisis ambiental o de la crisis del trabajo, vienen
generadas por el mismo sistema y requieren las mismas
soluciones. Las dificultades econ�micas y los problemas
ambientales poseen una misma ra�z: un mismo modelo de
producci�n y consumo insostenible tanto medioambiental como
socialmente.

En tercer lugar, la distancia cada vez mayor entre la
titularidad de la soberan�a y el ejercicio de la misma. Los
procesos de mediaci�n y representaci�n van ocupando cada
vez un mayor espacio y alejando el poder real de aquellos
que se suponen deben tenerlo seg�n los t�rminos jur�dicos.
La democracia representativa lleva a la reducci�n de la
complejidad social a una cuantas opciones electorales entre
las que debemos elegir una, y llevados por el principio de
la gobernabilidad, desembocamos en la simplificaci�n de la
pluralidad social hacia un tipo medio de votante y de
programa de gobierno, donde la derecha y la llamada
izquierda coinciden en proyectos y programas, sin apenas
distinci�n, no teniendo ning�n tipo de escr�pulos en pactar
acuerdos de gobierno como, por ejemplo, el reciente caso
alem�n.

En otros casos ya no se consideran necesarios ejecutar, ni
siquiera, el control, la direcci�n y la supervisi�n por
parte de los representantes electos, las decisiones ya no
se toman en el Parlamento, sino mediante los mecanismos del
mercado y la apropiaci�n de la riqueza, como ocurre con las
pol�ticas econ�micas del Banco Central Europeo o el Fondo
Monetario Internacional, que act�an de manera aut�noma sin
rendir cuentas ante nadie.

Todo esto en un momento en el que el capitalismo se ha
instalado en la crisis permanente, dando cumplimiento al
precepto marxista de la ley de rendimiento decreciente. La
soluci�n para combatir la desaceleraci�n global de la
productividad la ha encontrado en una doble vertiente: en
el lado interno ha roto el pacto social aumentando la tasa
de beneficio a expensas de los salarios, los bienes
p�blicos y los derechos sociales, es decir, desmembrando el
llamado "Estado del Bienestar". En la vertiente externa un
nuevo proceso colonizador se ha puesto en marcha, buscando
nuevos espacios econ�micos donde la explotaci�n tanto
humana como del medioambiente nos retrotrae a nuevas formas
de expolio y esclavitud ya vividas durante el siglo XIX.
Nunca se ha hecho tan patente en la historia del
capitalismo las divergencias entre los intereses privados
capitalistas y el inter�s del conjunto de la sociedad: los
primeros explotan el racismo y la doble jornada de trabajo
femenino porque divide a los trabajadores y rebaja los
salarios, contaminan el planeta porque los coste de la
poluci�n revierten a la sociedad, el incremento de la
productividad se dirige hacia las inversiones financieras y
mercados solventes y no hacia donde las necesidades
primarias no son satisfechas, acentuando la
desestructuraci�n de las agriculturas alimentarias y la
desnutrici�n y la pobreza.

 

Construyendo comunismo.

Ante el primero de los aspectos contemplados, la ausencia
de un centro de referencia que nos permita identificar el
centro de poder en un espacio-tiempo concreto, m�s que
evitar la realizaci�n de acciones concretas, permite, en
cambio, actuar m�s eficazmente en las l�neas de
resistencia. Parafraseando a Walter Benjam�n, tenemos que
estar atento porque cualquier tiempo y cualquier lugar
puede ser el momento de la revoluci�n. La estructura que
favorece las operaciones en este marco es una estructura en
red, sin un centro jer�rquico fijo que permita abortar o
descabezar verticalmente la capacidad de acci�n. Creemos
que la estructura de una futura organizaci�n comunista de
car�cter internacional debe configurarse de acuerdo a las
nuevas formas de producci�n, quiz� la antigua organizaci�n
por c�lulas sea m�s eficaz en la actualidad que las
encorsetadas estructuras territoriales.

La cuesti�n del Estado-naci�n es de particular
sensibilidad. �Debemos estar contentos con su transferencia
de soberan�a a otros poderes, estamentos e instituciones?
Creemos que s�. Si fuese reversible la actual situaci�n y
volver a una fuerte estructura de poder p�blico, todav�a
podr�amos lamentarnos de su p�rdida, pero lamentamos que no
es as�. No creo que debi�ramos buscar un nuevo compromiso
de tipo keynesiano a la manera socialdem�crata, la
alternativa no puede recaer sobre la nostalgia de los
tiempos del "Estado del Bienestar", la pretensi�n de
recuperar nuevas formas de mediaci�n chocan directamente
con la necesidad de emancipaci�n humana. �Qu� posibilidades
de sustituci�n se muestran? �Un gobierno mundial? �Una
fuerte descentralizaci�n m�s acusada? �Anarqu�a
capitalista? Las ingenuas pretensiones de un verdadero
gobierno mundial, mostradas ya desde las posiciones morales
kantianas de un Kelsen, por ejemplo, chocan con la triste
realidad. Todas las intenciones de instaurarlo,
reglamentarlo y ejecutarlo se topan con los intereses del
capital y sus representantes, que ya ni siquiera muestran
hip�critas intentos de buena fe. Un gobierno mundial
democr�tico se torna en un contrasentido sin fundamento. A
todo esto se suma la p�rdida de legitimidad cada vez m�s
acusada de las instituciones mundiales, puestas al servicio
del capitalismo salvaje que plantean, all� donde act�an,
m�s problemas que soluciones, voluntariamente ciegos ante
las necesidades b�sicas de los seres humanos.

Para ejercer realmente la democracia todas aquellas
personas a las que afecten las decisiones que se tomen,
deben de ser part�cipe en dicha toma de decisiones y eso
s�lo puede hacerse dentro de un entorno pr�ximo.

La descentralizaci�n y desconcentraci�n del poder del
Estado-naci�n es una realidad pero se ignora hasta d�nde.
Ya quedan menos competencias que se cedan a los territorios
sin que el Estado se convierta simplemente en el Estado
Mayor del Ej�rcito y el auge de los nacionalismos como
poder reactivo est� ah�. Si nuestra intenci�n es constituir
un nuevo poder constituyente que se vaya ampliando cada vez
con mayor potencia, esto choca necesariamente con el
concepto de naci�n. �ste se vincula necesariamente con el
poder constituido, ambos forman un todo, y el poder
constituido se opone a cualquier atisbo de modificaci�n
constituyente. Esto confluye necesariamente con el poder
coercitivo de las instancias judiciales al servicio
pol�tico. La legalidad, supuestamente, reflejo de la
voluntad popular subvierte los aspectos pol�ticos-morales
en un momento en el que los Derechos Humanos tienden a
considerarse a la baja (como el proyecto de Constituci�n
Europea). Vivimos un tiempo de opresi�n positivista que
separa hechos y valores, d�ndoles a los primeros la
calificaci�n de objetivos y neutrales y calificando los
segundos como irracionales e ideales. Posiciones que,
lamentablemente, han nutrido el discurso de alguna
izquierda que ha olvidado que el socialismo est� compuesto
por una serie de valores �ticos que dan sentido y legitiman
el proyecto revolucionario, y apuestan por un supuesto
realismo (confundiendo as� realismo y materialismo) que
desarrolla una pol�tica a espaldas de los ciudadanos,
haci�ndole el juego a los ap�stoles de la �tica burguesa
que, hip�crita y c�nicamente, hacen desaparecer toda
referencia a los valores �ticos.

La apuesta por la legitimidad absoluta de los derechos
humanos, y cuando digo absoluta, me refiero a todos los
aspectos posibles, es radicalmente revolucionaria,
incluyendo, naturalmente, los derechos colectivos como el
de autodeterminaci�n. Porque este derecho es una
culminaci�n de la democracia, porque su sujeto no son
meramente los individuos, sino los colectivos, los pueblos,
y, que lejos de ser un pre�mbulo o justificaci�n para la
secesi�n, es, en cambio, una confirmaci�n por la libertad
de los v�nculos existentes, es reivindicar el dominio de lo
pol�tico sobre la imposici�n por la fuerza, es, en suma, la
negativa a asumir el poder constituido, para apostar por
nuevos procesos constituyentes donde los sujetos, hombres y
mujeres, seamos los protagonistas efectivos de nuestro
futuro.

Contra el militarismo, el pacifismo a ultranza, pero un
pacifismo como oposici�n a la guerra capitalista, no como
absoluta negaci�n de la legitimidad de la fuerza armada en
situaciones opresivas. Debemos hacer el esfuerzo por evitar
que la movilizaci�n internacional contra la guerra sea
instrumentalizada como, por ejemplo, el Partido Socialista
Obrero Espa�ol con la guerra inconclusa de Irak.

Ante la dictadura econ�mico-social, hay que apostar por el
objetivo del beneficio social y no de la rentabilidad
econ�mica. El capitalismo es el primer sistema econ�mico
existente en la historia que subordina lo social ante lo
econ�mico, dej�ndole a la esfera econ�mica total autonom�a
y donde los valores absolutos son la propiedad privada y el
mercado. El capitalismo ha impuesto el despotismo del
mercado y la dictadura de la competitividad. Contra este
sistema se levanta el socialismo como alternativa
superadora que intenta trascender al mercado subordin�ndolo
a una sociedad democr�tica real. La relaci�n
capital-trabajo se sit�a, como siempre, en el centro de
cualquier revoluci�n necesaria.

Antes de abordar el tema de las nuevas formas de propiedad
p�blica defendidas desde posiciones comunistas, debemos
garantizar que los flujos de circulaci�n respondan a la
total cobertura de las necesidades b�sicas y sociales de
los seres humanos. El positivismo que sufrimos, que no
encuentra patrones de �ndole matem�tica que permita
cuantificar eso del beneficio social, impone que la �nica
perspectiva que se contemple sea la de la rentabilidad
econ�mica, creyendo ingenuamente o no, que la
redistribuci�n, v�a pol�tica fiscal y reequilibrio del
mercado, son ineludibles. Evidentemente, la cobertura de
las necesidades implica la reivindicaci�n de nuevos
protagonistas internacionales y el cambio en el papel de
los instrumentos econ�micos tradicionales, adem�s de un
cambio evidente en las estructuras de propiedad que deben
ser apropiadas a un nuevo marco de propiedad colectiva
p�blica, pero �de car�cter estatal? Pensamos que la
necesaria planificaci�n econ�mica debe responder a los
requerimientos de una asignaci�n democr�tica de los fines a
conseguir y un control democr�tico de los medios para
obtenerlos y no debe ser una planificaci�n estatal,
autoritaria y burocr�tica. La apuesta por nuevas formas de
propiedad social conlleva la necesaria implantaci�n de
formas de control por parte de trabajadores y usuarios
cercanos al bien o al servicio producido y organizaciones o
instituciones p�blicas que garanticen la adecuada
financiaci�n, eliminando todo resto de mercado de capitales
y que sean capaces de establecer el necesario control
pol�tico. El camino que Marx trazaba para un futuro
socialista pasaba m�s por la asociaci�n directa de los
productores y no por el reforzamiento del Estado.

La democracia radical, fuera de mediaciones y
representaciones, cuyo modelo es el del soviet, es la �nica
manera de superar la divisi�n entre el ejercicio y la
titularidad de la soberan�a. Las leyes electorales
existentes impiden una verdadera representaci�n de las
diferentes opciones en las instituciones, premiando a los
partidos mayoritarios en una concepci�n cuestionable de
democracia. La democracia tal y como la vivimos queda
reducida a la legitimaci�n de los acuerdo legales, pero no
nos sirve para organizar y canalizar los intereses de los
ciudadanos en las estrategias comunes que se necesitan hoy
en d�a para construir la alternativa comunista. La renuncia
a marcos de representaci�n significa un cuestionamiento
l�cito y absoluto de las actuales formas de administraci�n
del poder: hay que tomar el control de todas las
instituciones, existentes y por existir, que sean
intermediarias de nuestra vida social real, desde el
mercado, hasta las empresas y las instituciones pol�ticas,
tanto de las estructuras parlamentarias como de las
sindicales y de cualquier otra forma que vaya introduciendo
sucesivas mediaciones.

Una nueva democracia debemos empezar a construir donde la
participaci�n colectiva tome cuerpo a la hora de tomar
decisiones econ�micas y pol�ticas y que sea capaz de mirar
m�s all� de la rentabilidad econ�mica para conseguir, en un
primer momento, que, por lo menos, el mundo en el que
vivimos sea habitable. Hay que estar alegres ante las
nuevas experiencias de democracia participativa que surgen
de Sudam�rica, experiencias que deben extenderse y
enriquecerse.

La democracia participativa es, al mismo tiempo, tanto un
deber moral, -que permita rescatar todas las
potencialidades de los distintos sujetos y colectivos
organizados-, como una necesidad de aumentar la eficacia de
la sociedad en que vivimos para conseguir cubrir las
necesidades de todos.

La separaci�n ejercicio-titularidad y la introducci�n de
sucesivas mediaciones confluye en un punto vital: el acceso
a la informaci�n y el control de la comunicaci�n. Conforme
m�s se aleja el sujeto de sus representantes existe un
mayor desequilibrio en la acumulaci�n de informaci�n y en
la capacidad de dominio de la comunicaci�n. Democracia
radical tambi�n significa la apuesta por la comunicaci�n
horizontal en dem�rito de la vertical. No podemos consentir
que los grupos de presi�n capitalistas tengan la
complicidad ignorante y pasiva de una gran masa de
trabajadores cuya forma de vida se reduce a trabajar,
comprar, consumir y callar.

Nuevamente la aparici�n de nuevas formas de comunicaci�n y
la subversi�n de las tradicionales, estimulando el
ejercicio de una genuina "democracia comunicacional", con
un control y direcci�n esencial por parte de la poblaci�n,
son una necesidad imperante para que la transformaci�n sea
real. Y en este marco son inexcusables las demoras. La
sociedad alternativa debe ser posible a trav�s de ofrecer
un veh�culo de comunicaci�n que llegue a todas partes con
la m�xima facilidad, usando los medios tradicionales y los
que no lo son. Sin comunicaci�n no hay revoluci�n.

 

Una tarea com�n.

Quiz� estamos en una etapa de desorientaci�n en tanto en
cuanto carecemos de una meta final que nos motive e impulse
a construir nuevos espacios conjuntos donde podamos ver
reflejadas todas las tendencias existentes en los
diferentes proyectos emancipatorios. Puede que no logremos
encontrar, por ahora, un modelo unitario, pero lo que s� es
cierto es que no podemos dejar de "pensar globalmente"
desde las diferentes esferas e intereses emancipadores,
porque as� estamos siendo capaces de construir espacios
alternativos de puesta en com�n desde valores alternativos
a los del actual sistema de dominaci�n. Pensar acerca del
proyecto socialista va unido al despliegue y consolidaci�n
de nuevas resistencias sociales que combaten el capitalismo
globalizado y nos permitir� poner sobre la mesa todo un
c�mulo de nuevas experiencias y nuevos espacios de
an�lisis. Hay que pensar c�mo podemos articular las
m�ltiples formas existentes de organizaci�n y luchas
anticapitalistas que son reflejo de la pluralidad de los
sujetos protagonistas de la resistencia.

Las organizaciones ecologistas, las feministas, las
antimilitaristas, los que luchan por la condonaci�n de la
deuda del Tercer Mundo, las organizaciones contra la
pobreza y el desempleo, los defensores del comercio justo y
la econom�a social, estos y otros movimientos sociales que
han surgido con car�cter local, pero con anhelos
universales, todos luchan contra el capitalismo. Todos
estos ponen sus ojos en el "viejo" movimiento obrero, y nos
instan a que recuperemos nuestra dimensi�n antagonista con
el capitalismo, a que seamos capaces de articular y
reformular una alternativa estrat�gica social y pol�tica
conjunta que persiga la democratizaci�n radical de esta
econom�a globalizada en el marco de un nuevo
internacionalismo. Si los Partidos Comunistas queremos
tener un papel esencial y fundamental, si queremos cambiar
el mundo, debemos hacerlo junto a ellos. Estamos obligados
a aprehender de toda la amplia gama de posiciones y
vivencias existentes a los que debemos sumar nuestro
balance propio, nuestras experiencias de luchas populares y
nuestra propia perspectiva de las nuevas realidades. Y
debemos hacerlo siendo conscientes de que defendemos un
modelo, el socialista, superior moral, social y
econ�micamente, adaptando nuestra pr�ctica pol�tica para
hacer posible que esta superioridad sea tomada consciente,
global y radicalmente por cada vez m�s amplios sectores de
la sociedad marginados del sistema de producci�n y
redistribuci�n capitalistas. Nuestra lucha puede
beneficiarse de la adscripci�n de muchas personas, de
millones de personas, no porque nuestra meta est�
cient�ficamente validada, sino porque nuestro objetivo se
cimenta en un conjunto de valores, como la libertad, la
igualdad y la fraternidad que debe regir las relaciones
entre los pueblos y los individuos.

El �ltimo Congreso del Partido Comunista de Espa�a, a
trav�s del inicio de los trabajos del Manifiesto Programa,
ha hecho un llamamiento a la participaci�n activa de todos
y cada uno de los militantes de las organizaciones del
Partido, incorporando a todos aquellos hombres y mujeres
que comparten con nosotros un proyecto anticapitalista. Una
tarea de que trata de refundar el proyecto emancipatorio y
reconstruir al Partido Comunista, desde la perspectiva y la
necesidad de reformular el ideario, la estrategia y los
modos de intervenir y organizar la pol�tica comunista. Una
tarea que debe tener una dimensi�n internacionalista,
queriendo provocar, en la medida de nuestras fuerzas, un
debate y una reflexi�n internacional que pueda conducir a
una nueva situaci�n de los comunistas y de la izquierda
anticapitalista. Queremos debatir y discutir estas
cuestiones con la izquierda transformadora europea, con la
latinoamericana y con todo el conjunto de las fuerzas
revolucionarias del planeta. Sabemos que muchos de vosotros
est�n implicados en proyectos similares, a todos hacemos un
llamamiento para el trabajo y la puesta en com�n que nos
permita volver a desplegar "rojas banderas recorriendo las
anchas alamedas de la libertad".

Se nos requiere mucho trabajo al que tenemos que dedicarnos
con generosidad y coraje, con imaginaci�n y amplitud de
miras, con un esp�ritu de sacrificio alimentado no s�lo
porque luchamos contra un sistema opresor y explotador,
sino porque tenemos la convicci�n de que la meta puede ser
alcanzada si se recurre a la organizaci�n y a la acci�n
all� donde se den las condiciones necesarias. Se nos
requiere tanto esfuerzo como tuvieron en su d�a Marx y
Engels y tantos otros revolucionarios que nos iluminan con
su ejemplo.

 

Atenas, noviembre de 2005.